Hoy se cumplen cuarenta años de una tragedia que quedó marcada en la memoria de los vecinos de Las Fuentes y de todos los zaragozanos. En la mañana del 11 de diciembre de 1973, el incendio de la Tapicería Bonafonte acababa con la vida de 23 trabajadores de entre 15 y 47 años, la mayoría menores de 30. Un suceso que conmocionó a todo el país, como puede apreciarse en las portadas del ABC y La Vanguardia que ilustran esta página. Y un suceso que, tras el juicio, quedó sin causa oficial y con sus responsables condenados pero impunes.
El fuego se desató sobre las 8.15 horas, y aunque los tribunales no decretaron ninguna causa, algunos trabajadores insistieron en que llevaban algunos días asustados por las chispas que soltaba un transformador. El local, que ocupaba el sótano de los números 41 al 45 de la calle Rodrigo Rebolledo de Las Fuentes. Por entonces, prácticamente la frontera del barrio. Una ratonera con una única salida, la rampa de lo que hoy es un aparcamiento, que quedó sellada por el cierre de la persiana metálica. Según los medios de la época, a consecuencia de una explosión.
El panorama fue dantesco. Así lo recuerda el concejal delegado de Bomberos del Ayuntamiento de Zaragoza, Laureano Garín, que por entonces tenía 16 años. Les dieron la noticia a primera hora en el Instituto Goya, pero no fue hasta pasado el mediodía cuando el autobús les dejó en la cercana esquina de la calle Salvador Minguijón.
"Conocía a uno de los que trabajaban allí, a un chico de mi edad, que jugaba de lateral izquierdo en el Valdefierro y apuntaba maneras. Han pasado 40 años y no hay día en el que no me acuerde de él", asegura.
Cuando él llegó, los medios de extinción ya se estaban retirando, pero aún recuerda observar a los Bomberos, la Policía Armada o la Cruz Roja en el lugar. También rememora cómo los testigos más directos narraban, con horror, cómo escuchaban a los atrapados pedir socorro a través de las rejillas, en la acera, que aún se conservan en el bloque.
Según recogieron los medios, los Bomberos trataron de abrir la persiana, sin éxito --Garín la recuerda desvencijada por el choque de un camión--, y después practicaron un butrón en la pared lateral, hoy tapiada por un edificio anexo. Mientras, otros trataban de sacar a los supervivientes incluso por los tragaluces de los bloques de viviendas que daban a la instalación. Algunos de los rescatados incluso trataban de saltar de las ambulancias, ya en la calle, aún presas del pánico.
Los periodistas entrevistaban a un empleado, que aseguraba que había escapado de las llamas, o a los dueños y la secretaria que llegaron tarde, por fortuna para ellos.
El suceso causó una gran conmoción en todo el país, y el ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente, visitó a los supervivientes para prometerles que no les faltaría labor, lo que se cumplió en casi todos los casos. Asistió también al funeral multitudinario en la basílica del Pilar, al que se acercaron cientos de zaragozanos. Y algunos manifestantes que salieron apaleados.
El juicio por esta tragedia se celebró tres años después, en marzo de 1976, y su resultado final no puede ser calificado más que de decepcionante. Los hermanos Bonafonte, propietarios del taller, fueron condenados a tres años de prisión menor por un delito de imprudencia temeraria. La Audiencia Provincial de Zaragoza condenó asimismo a los empresarios a indemnizar con un millón de pesetas a cada una de las 23 familias de los fallecidos. Pero se declararon insolventes, de forma que las familias no fueron compensadas por ellos; y pocos después fueron indultados.
Las 45 familias que fueron desalojadas, y que tardaron unos ocho meses en poder volver a sus hogares, tampoco recibieron una gran compensación, unas 25.000 pesetas tras más de un año recordando su caso al gobernador civil.
Es difícil extraer algo positivo de tamaño desastre, pero el concejal Laureano Garín sí apunta dos aspectos para los que sirvió, ambos ligados a su trayectoria política. Por un lado, "la consternación de toda la ciudad, que calló pero otorgó, hizo tomar nota a los responsables municipales. Junto a otras tragedias posteriores, impulsó la transformación del cuerpo de Bomberos", explica. "Entonces no había medios ni conciencia de seguridad, pero hoy sería imposible que pasara, un sitio así no podría abrir".
Por el otro, la tragedia quedó indisolublemente unida al movimiento vecinal que se gestaba en la época. "Se creó un sentimiento ciudadano de que había que arreglar las cosas, todos unidos", asegura.