ABC. Rafael M. Mañueco
En el área comprendida dentro del radio de 30 kilómetros alrededor de la central de Chernóbil es como si aquel 26 de abril de 1986 se hubiera detenido el tiempo. El ejemplo más evidente lo constituye la ciudad de Prípiats, situada a tan sólo dos kilómetros del reactor que hizo explosión.
Allí vivían los trabajadores e ingenieros de la planta y su población llegó a alcanzar los 50.000 habitantes. Tuvieron que abandonar el lugar deprisa y corriendo al día siguiente del accidente, llevando consigo poco más que el documento de identidad y el cepillo de dientes.
Hace tres años, aquellas personas recibieron por primera vez permiso para visitar su antigua ciudad, pero a condición de no coger nada de lo poco que los saqueadores dejaron en sus viviendas. Todos los objetos continúan estando contaminados por la radiación.
Una ciudad fantasma
El aspecto que Prípiats ofrece hoy día es fantasmal. La hierba crece a través de las grietas abiertas en el asfalto y las ramas de los árboles envuelven las fachadas de las casas. La parafernalia comunista continúa intacta. “Cumpliremos las decisiones del XXVII Congreso del Partido Comunista de la URSS”, dice uno de los rótulos instalados sobre el edificio de la administración local.
Creían que el vodka mitigaba los efectos de la radiaciónEn el interior de las casas hay centenares de mascarillas antigás, que se emplearon para evitar la inhalación de partículas radiactivas, y botellas vacías de vodka. Creían que la ingestión de alcohol mitigaba los efectos de la radiación. En los descansillos de las escaleras sigue habiendo muebles que los pobladores de Prípiats intentaron inútilmente acarrear consigo el día de la evacuación.
Dentro de la zona de exclusión se encuentra también el pueblo de Chernóbil, enclavado a 13 kilómetros al sureste de la central. Tras su “desactivación”, que incluyó una importante tala de árboles y la demolición de edificios enteros, alberga actualmente los laboratorios de distintas organizaciones encargadas de limpiar la zona y realizar labores de observación.
Permiso para volver
El área acotada tenía entonces 120.000 habitantes y comprendía cerca de 200 aldeas. La mayoría están deshabitadas y otras, las más contaminadas, sucumbieron bajo las palas de los bulldozer. Hay, sin embargo, unas cuantas familias, compuestas fundamentalmente por ancianos, que recibieron permiso para volver a sus casas. Son los únicos habitantes permanentes de la “zona de exclusión”. Sus nietos suelen pasar con ellos el verano sin temor a los efectos que la radiactividad pueda ejercer sobre el organismo de los menores.
La escasa presencia humana ha hecho que aumente el número de animales silvestres, lo que indica que la valla de delimitación está rota en algunos sitios. La principal novedad es que, desde 2008, cualquiera que lo desee puede ir a una agencia de viajes y comprar una excursión de un día para ver la central, el sarcófago que recubre el reactor 4, la ciudad de Prípiats y algunas de las aldeas con sus pintorescos moradores.
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